Valentina Cuevas.

Licenciada en Relaciones Internacionales. Coordinadora del Observatorio de Mujeres y Política de Transparencia Electoral. Coordinadora de Programas de Promoción Democrática de DemoAmlat. Asesora política.

En América latina, las mujeres se enfrentan a diferentes situaciones de desigualdad estructural que afectan su participación política. El caso de la participación en ámbitos subnacionales no es la excepción.

Las dirigentes, en general, consideran que la participación de las mujeres es aún más escasa en los espacios partidarios subnacionales que en los espacios nacionales. Esto tiene raíz en condiciones culturales y sociopolíticas que intervienen en su acercamiento a los partidos políticos.

En primer lugar, a las mujeres les cuesta encontrar referentes con las cuales identificarse. Al no tener posibilidades de sentirse acompañadas por otras mujeres que compartan o hayan atravesado dificultades similares, se desmotivan o terminan abandonando la actividad política.

El punto anterior es la consecuencia de otra situación problemática: a las mujeres les cuesta ingresar y permanecer en las dinámicas partidarias mucho más que a los hombres. Esto deriva de que los partidos políticos mantienen, aún hoy, formas de relacionamiento interno que excluyen a las mujeres. El sistema, profundamente impregnado de comportamientos misóginos y machistas, las expulsa casi como un mecanismo de autodefensa del statu quo. Por ejemplo, los horarios de reuniones no tienen en cuenta las responsabilidades familiares de cuidado (que generalmente están a cargo de las mujeres) o los espacios en los que se toman las decisiones son los que se integran en lo que informalmente se conoce como “el club de varones”, eventos sociales que naturalmente excluyen a las mujeres (partidos de fútbol o eventos deportivos, reuniones de amigos) u organizaciones conformadas exclusivamente por hombres.

En segundo lugar, dentro de las bases partidarias las tareas a realizar por la militancia profundizan roles y estereotipos de género. Las mujeres generalmente se encargan de tareas organizativas y no ocupan cargos institucionales formales (ni informales) de decisión. Steven Levitsky, al hablar de las instituciones informales se refiere a fenómenos de este tipo, en los que las personas que forman parte de una comunidad (en este caso el partido político) asumen como normas establecidas ciertas situaciones o mecanismos de decisión que, sin embargo, son comportamientos antidemocráticos. Excluir a las mujeres de los espacios donde se toman realmente las decisiones es profundamente antidemocrático y es sumamente complicado desbaratar las instituciones informales que se cimientan desde hace siglos entre hombres.

En tercer lugar, las mujeres se enfrentan a barreras concretas una vez que deciden involucrarse y perseguir espacios de protagonismo en las filas de la militancia. Principalmente, porque en lo socio-cultural existe desconfianza hacia su liderazgo y su capacidad de conducción. Son expresiones que deslegitiman a las mujeres en los círculos de poder y que amplían la brecha entre el poder real y el poder formal.

Pero, ¿Qué es lo que subyace a la legitimación de los hombres como líderes y deslegitima a las mujeres para este mismo rol? Los hombres se legitiman y relegitiman a sí mismos al ser los indiscutidos protagonistas del lobby y la “rosca” política, son los dueños sin papeles de la cocina de la política.

Existe así una paradoja que involucra a la cultura partidaria, las acciones afirmativas (como la paridad) y diferentes expresiones de lo que llamamos “corrección política”. Las dirigencias partidarias y las bases militantes saben lo que es correcto hacer para estar a la altura de los tiempos que corren, entonces maquillan sus partidos y sus instituciones de representación igualitaria. El peligro se presenta cuando se autoconvencen de que esas posturas son más que un maquillaje.

Por otra parte, las barreras a las que se enfrentan las mujeres en el nivel subnacional –además de las mencionadas- también suman un mayor conservadurismo del electorado. Es más frecuente en contextos subnacionales que las personas elijan a candidatos que ya conocen o que ya ocuparon los lugares de representación, lo cual deja fuera a las mujeres.

En otro sentido, las mujeres se encuentran bajo un escrutinio constante por parte del electorado de acuerdo con diferentes parámetros que los hombres, por ejemplo, su vestimenta, su vida familiar, su formación académica o profesional y se les exige con mucha más frecuencia que presenten garantía de que son merecedoras de estar en lugares de mayor importancia.

En más de una ocasión, estos factores constituyen contextos hostiles para la participación política de las mujeres. A pesar de esto, hay espacios de oportunidad para su inserción en la actividad política y su desarrollo como líderes y dirigentes.

En lo subnacional, las estructuras partidarias deben prestar más atención a los liderazgos de las mujeres en el territorio, esta es una gran base desde la cual impulsarlas a ocupar espacios dentro de los partidos. Naturalmente esto no surgirá de forma espontánea desde los partidos políticos, por las razones que explicamos anteriormente, pero constituiría una ocasión importante para incorporar liderazgos que están involucrados de manera directa con los y las votantes.

En el territorio las mujeres dirigen comedores, espacios de contención social o de ayuda comunitaria en los que, además de relacionarse de forma directa y estrecha con la ciudadanía, desarrollan habilidades de organización, liderazgo y conducción de espacios que son inevitablemente políticos. Esto genera también una identificación de los y las votantes con ellas.

Esta es una de las claves de su participación: la cercanía, la posibilidad de conocer a los votantes personalmente, la participación en iniciativas comunitarias y su profunda inserción en la comunidad.

Al investigar sobre los números en cuanto a la representación en los gobiernos locales, nos encontramos con que, al menos en la Argentina, no existen datos centralizados y sistematizados. El federalismo que tiene el sistema político argentino, constitucionalmente establecido, dificulta la recolección de datos completos sobre la conducción de cientos de municipios, sumados a las 23 provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El solo hecho de no contar información relevada por el Estado ya nos da la pauta de cuál es el nivel de interés de éste en generar políticas públicas en este sentido.

Llegamos a la conclusión de que, al momento de ocupar puestos ejecutivos, como las intendencias, o hacer uso de poder real, los mecanismos de acción afirmativa (como la paridad) no tienen la suficiente fuerza como para realizar cambios profundos en la cultura y la dinámica partidarias.

No se ha alcanzado, al día de hoy, una democratización de la cultura política, esto demuestra que es necesario impulsar agendas y estrategias que acompañen a las acciones afirmativas y que permitan, realmente, concretar un cambio en las formas de hacer política. Una forma efectiva de hacer frente a esta situación es el impulso de redes de sororidad partidariamente transversales entre mujeres que han estado, están ocupando o buscan ocupar lugares de dirigencia en los espacios –en este caso en contextos subnacionales- en los que encuentren apoyo, guía y consejos para desarrollar sus carreras políticas con mayor seguridad.

No caben dudas de que el proceso es largo y ha alcanzado grandes logros, para seguir avanzando en el camino hacia una política más igualitaria, con más mujeres en espacios de poder formal y real, debemos cada vez con más énfasis apuntar a desterrar lo patriarcal de la política desde la raíz.

El título de este artículo retoma una frase de Florentina Gómez Miranda, dirigente feminista argentina, la frase original dice “si una mujer entra a la política, cambia la mujer. Si muchas mujeres entran a la política, cambia la política”. Cada vez son más las mujeres en los partidos, en las bases, recorriendo el territorio y en lugares de protagonismo, todavía tenemos que ser muchas más para dejar atrás las malas costumbres del patriarcado y conseguir cambiar la política.